Hay mucha gente en contra de la digitalización, más de lo que creemos y más de lo que parece.
A pesar de que llevamos varios años ya escuchando a todo el mundo insistir en que lo digital es el futuro, que su crecimiento ya es imparable, que forma parte de nosotros y de nuestra vida cotidiana; aún hay mucha gente en contra, incluso después de las semanas de confinamiento tras el Covid-19.
Durante este inolvidable 2020, hemos tenido la oportunidad de formar a más de 500 personas en toda la geografía nacional, en su mayoría vendedores de automóviles, sobre procesos para la venta digital. De entre todos ellos, más de un 25-30% de los participantes son personas que se han manifestado claramente en contra de la venta digital o de la digitalización en su conjunto.
Parece increíble, pero es la realidad. Estas personas, de cualquier edad y género, piensan que la digitalización es poco más o menos que un invento de marcianos y que cuando un cliente quiere comprar un coche, ya vendrá a la concesión. Y ahí estarán ellos para vendérselo.
¿Es realmente esto una prueba de lo que se conoce como resistencia al cambio? Sí, sin duda. Todos sabemos que para cambiar es necesario creer en el cambio, creer que es mejorable la situación actual y que hay que adaptarse para poder seguir funcionando profesional o personalmente.
Lo curioso de este caso es que muchas de las personas que están en contra de la digitalización son consumidores de videostreaming, compran en Amazon, reservan alojamientos en Booking o Airbnb, consultan en tripadvisor, leen la prensa en internet y se comunican con familiares y amigos en grupos de WhatsApp, incluso algunos buscan pareja por redes sociales.
Son las paradojas de nuestro tiempo. Vivo, consumo e interactúo en digital y, sin embargo, tengo miedos a cambiar, a transformarme, aún con el riesgo que supone perder el tren del futuro. Es una paradoja de resistencia al cambio, una auténtica disonancia cognitiva, de vivir una determinada realidad, pero, a la vez, negar esa misma realidad.